Durante años, la comunidad hace
un llamado a la sociedad y al Gobierno tomador de decisiones sobre los hechos
que afronta la ciudad actual a costa del consumo de materiales. El derroche nos
enloquece, la velocidad nos fascina, la vida no importa. Nos estamos matando.
El esfuerzo mancomunado logra que las ideas se pronuncien. Un llamado de la ciudadanía, nos preocupa la ciudad.
La ciudad del Siglo XX carcome con el cemento el futuro de las próximas
generaciones y lo peor del caso, nadie dice nada, nadie se preocupa. Las obras
de ingeniería que rompen lo natural se les alaba, se les glorifica y se les
premia. Hasta cuando seguiremos en este intríngulis del pensamiento anacrónico
que ciega los pensamientos jóvenes. Nos castran el pensamiento, nos roban
nuestras ganas de vivir en armonía.
Los Anacrónicos se insertan en
las nuevas formas del diseño urbano con una mirada absurda e incoherente, donde
el carro es el rey, su majestad. Cualquier cosa diferente huele a caos, a crisis.
Será que una vía que por muchos años ha contaminado, asesinado y robado el
espacio público se muere si se destina su espacio para la gente. Las mentes de
estos personajes deberán llevarse a algún tribunal arbitral, sometérseles a un
código de ética, si es que la tienen.
Nuestras ciudades cada día
están sufriendo por culpa de unos pocos y su transformación requiere del
esfuerzo colectivo. No deben ser paños de agua tibia, debe ser un cambio
drástico. Asumir riesgos para generar oportunidades. Equidad en la ciudad.
La ciudad requiere una
revolución, una revolución que humanice la ciudad. Una revolución que transforme
pensamientos. Una revolución que invite a la pacificación. Una revolución
culta. Una revolución que invite al placer del espacio público. Una revolución Colectiva.
Todos somos peatones, todos
somos ciudadanos, todos somos calle. Que viva la revolución.
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